Muchos conflictos que se producen en los centros escolares se deben a la confrontación de dos puntos de vista. No solo entre alumnos, sino también entre docentes, se producen intentos de imponerse los unos sobre los otros. He visto reuniones de claustros de profesores, en donde se despliegan argumentos de todo tipo con el fin de convencer al otro y doblegar su criterio. Inútil. Todo resulta inútil. Al final en estas reuniones, las decisiones se toman tras votaciones donde gana el punto de vista que tiene más adeptos. Nadie cambia su parecer.
Entre alumnos, (cuando estos no gozan de educación socioemocional, la cosa puede acabar en discusiones y tortazos que tampoco convencen a nadie, pero que, a percepción de los implicados, ayuda a someter al contrario.
Y todo esto, ¿para qué? Pues para nada. Siempre les he dicho a mis alumnos/as que intentar hacer cambiar su opinión a otro era un pérdida de tiempo y energía. Son diversos los motivos psicológicos por los que las personas no cambian, generalmente, su opinión ( entre otros, temor a parecer débil, necesidad de afirmarse en su posición o cargo, incertidumbre ante las consecuencias reales o imaginadas, rigidez mental...). Siempre es mejor evitar una discusión, que no una "comunicación".
Comunicar a otros, con asertividad, nuestra opinión no significa forzarle a cambiar la suya, ni presuponer que lo que nosotros pensamos es lo mejor o lo correcto, y que el otro -siempre el otro- está equivocado/a. Los actos comunicativos pueden resolverse en intercambios de información, con la aceptación de la postura del otro. Aceptación que no significa sumisión, sino respeto y conciliación ante diferentes maneras de pensar. Con ello, no solo practicamos la empatía, al intentar sintonizar con los motivos de la otra persona, sino que hacemos uso de la fortaleza de apertura mental, al escuchar activamente a nuestro "adversario", sin pretender juzgarlo ni desetabilizarlo.
Además, los estudios centíficos aportan datos que afirman que cuando las personas no están de acuerdo, sus cerebros no logran registrar la fuerza de la opinión de la otra persona, lo que les da menos razones para cambiar de opinión", resume Andreas Kappes, investigador de la Universidad de la City de Londres y coautor de este estudio, que publica Nature Neuroscience. "Nuestros hallazgos sugieren que ni siquiera los argumentos más elaborados del otro lado convencerán a las personas más polarizadas porque el desacuerdo será suficiente para rechazarlo", asegura Kappes. Y añade: "El hecho de no observar la calidad del argumento opuesto hace que los cambios en la mente sean menos probables".
Según Sharot, de la University College de Londres, parece ser que el cerebro se niega a abrir la puerta cuando quien llama es una opinión que lo contradice, por muy convincente que pudiera ser. Estos científicos dieron un paso más allá en el entendimiento de este sesgo de confirmación, que Sharot, directora del Affective Brain Lab en la University College de Londres, define así: "Buscar e interpretar datos de una manera que fortalezca nuestras opiniones preestablecidas". Y pusieron el foco en una región muy concreta, la corteza prefrontal medial posterior, un área que se activa al escudriñar la confianza o la calidad de la evidencia que se nos presenta y luego nos lleva a cambiar nuestras creencias y opiniones de acuerdo con la calidad de esas pruebas. Si escucho a un médico confiado sugiriendo que debería comenzar el tratamiento, entonces la corteza prefrontal medial posterior rastrea la confianza del médico y me lleva a ajustar mi opinión en consecuencia: mi creencia de que debo tratarme aumenta, explica Kappes.
Al observar la actividad cerebral durante un experimento, vieron que cuando las personas estaban de acuerdo esa región del cerebro estudiaba el nivel de confianza de la otra persona, lo que llevaba a ajustar sus creencias de acuerdo con la confianza de la otra persona. "Sin embargo, cuando las personas no estaban de acuerdo el cerebro no lo hizo, dando a las personas pocas razones para cambiar de opinión", resume Kappes.
Sharot publicó un estudio este verano en el que descubrieron que la gente deja de realizar búsquedas en Internet cuando los primeros resultados proporcionan la información deseada, otra forma de sesgo de confirmación digital. "La tendencia conductual a descartar la información discrepante tiene implicaciones significativas para los individuos y la sociedad, ya que puede generar polarización y facilitar el mantenimiento de creencias falsas", afirma la científica.
"Escuchamos lo que queremos oír y lo que no, lo descartamos: no le damos el mismo peso a las opiniones que nos contradicen", afirma Susana Martínez-Conde sobre los resultados del estudio que publica Nature Neuroscience. (del artículo "El cerebro nos impide ver la fuerza de los argumentos que nos contradicen". Javier Salas. El País).
Por lo tanto, para llegar a consensos, habrá que hacer mucho uso de la inteligencia socioemocional. Escuchar empáticamente, presuponer la bondad en el otro y no juzgarle. A partir de la aceptación incondicional, encontrar hilos invisibles que hagan de puente entre nuestras ideas y las suyas. Establecer conexiones entre una mente y otra y procurar la sintonía. Ello hará que se perciba mejor nuestro nivel de confianza y seguridad y facilitará el acuerdo en el proceso comunicativo.
La próxima vez que te encuentres en una confrontación, ya lo sabes: No insistas, su cerebro no se lo traga. Si renuncias a convencer, ahorrarás tu valiosa energía y podrás reservarla para algo más productivo.
Compartamos con nuestro alumnado esta información. Seguramente, les evitaremos discusiones innecesarias.
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